EL PROFETA CUANDO DIOS TE LLAMA PERSONAL
El profeta
Yo quería desayuno . Conseguí un profeta.
Me detuve en el almacén camino a la oficina esta
mañana. Debía hacer un mandado y decidí, ya que estaba allí, hacer otra cosa.
Me acerqué al mostrador de las especialidades para llevar y pedí mi desayuno.
Por un par de dólares puedes obtener todos los huevos y chorizos que puedas
tolerar. Mi cintura y el doctor me impiden hacer esto todos los días, pero como
de todos modos estaba allí, y en vista de que no había comido…
Un profeta tuvo la misma idea. No un profeta en
la Biblia, sino un profeta con una Biblia. Una Biblia gruesa, ajada,
encuadernada de azul. Era de baja estatura y delgado… un hombre de aspecto
frágil, cabello corto y ralo, y de espesa barba colorada.
Cuando llegué allí, ya estaba pidiendo su comida. La
pedía meticulosamente .
-¿Sirven un taco de desayuno sin carne?
-Sí.
-¿Sólo patatas y huevos?
-Sí.
-¿Tiene sal?
-No
-¿Cuántas patatas?
La señora que atendía ese sector levantó la fuente
para que pudiera ver.
-¿Y cuántos tacos?
Tal vez deseaba estar seguro de conseguir un justo
intercambio por su inversión. Tal vez observaba una dieta religiosa. O quizás
sólo era fastidioso. No podía darme cuenta. Pero podía ver que era cortés,
exageradamente cortés.
Llevaba un rastrillo. (¿Sería una versión moderna de
una aventadora?) Su túnica era azul y debajo de ella había una camisa que
parecía hecha de una toalla.
Mientras uno preparaba la comida del profeta,
apareció un segundo empleado. Pensó que no habían atendido al profeta y
preguntó si necesitaba ayuda.
-No, ya me han ayudado. Pero ya que lo dice, ¿me
permite preguntarle si es usted creyente en Jesucristo? Soy su profeta y me ha
enviado a usted.
El empleado no sabía cómo responder. Miró a la
empleada, la cual miró para otro lado y se encogió de hombros. Me miró a mí,
luego miró para otro lado. Después volvió a mirar al profeta y murmuró algo así
como:
-Gracias por venir -entonces me preguntó si
necesitaba ayuda.
Sí la necesitaba y le dije lo que quería. Y mientras
esperaba, salieron los tacos para el profeta. Había ordenado una gaseosa… sin
hielo. Y agua… en un vaso de papel. Se sorprendió al ver el color de su bebida.
-Pensé que sería de color naranja.
-No, es transparente -respondió la mujer.
Tuve deseos a medias de que intentase un milagro:
convertir el agua clara en anaranjada. No lo hizo; sólo interpretó el momento.
-En la vida realmente no importa el color de tus
bebidas, ¿verdad? -le sonrió a la dama, al hombre y luego a mí.
Todos le devolvimos la sonrisa.
Como llevaba una Biblia en una mano y un rastrillo
en la otra, me pregunté cómo haría para cargar la comida. De modo que me ofrecí
para ayudarlo. Declinó mi oferta.
-Gracias en el nombre de Jesús por ofrecer su ayuda,
pero puedo arreglármelas.
Apiló el plato sobre el vaso de gaseosa y de algún
modo levantó el agua con la mano que sostenía el rastrillo y la Biblia. En el
proceso casi perdió todo, así que volví a ofrecer mi ayuda.
-No, pero en el nombre de Jesús lo bendigo por
ofrecerme su ayuda.
-Y -se dirigió a la empleada-, la bendigo en el
nombre de Jesucristo por su amable atención.
-Y -captó la mirada del empleado-, lo bendigo en el
nombre de Jesucristo.
No dijo por qué. Una bendición genérica, supuse.
Habiéndonos dado su bendición, se dio vuelta para
irse. Según lo que sé, logró llegar hasta la mesa.
Observé los ojos de la cajera al cobrarme por mi
desayuno. Como no sabía nada en absoluto con respecto a ella, me preguntaba qué
estaría pensando. Me preguntaba qué efecto había ejercido este encuentro con el
profeta sobre su opinión de Aquel a quien el profeta representaba.
Deseaba decir algo, pero no sabía qué decir. Estaba
por decir: «El profeta aquel y yo pertenecemos al mismo equipo; sólo que
tenemos dos formas distintas de abordar el asunto. En realidad, ser cristiano
no implica cargar un rastrillo».
Pero antes de que se me ocurriera qué cosa decir,
había girado para ayudar a otra persona. Así que me di vuelta con la intención
de partir.
Fue en ese momento que me topé con Lawrence.
Lawrence es un amigo de mi iglesia. Encontrarse con Lawrence no es poca cosa.
Es un ex jugador profesional de fútbol. Todo lo concerniente a Lawrence es
grande y todo lo concerniente a Lawrence es amable. Un fuerte abrazo de
Lawrence puede durarte una semana.
Y eso fue lo que me dio… un buen abrazo, un cálido
apretón de manos y una genuina pregunta acerca de mi bienestar. No mucho, sólo
un par de minutos de amable interés. Luego siguió su camino y yo seguí el mío.
Mientras me alejaba, me llamó la atención el
contraste entre ambos encuentros. Tanto el profeta como Lawrence son seguidores
de Cristo. Ninguno de los dos siente vergüenza de su fe. A ambos les agrada
llevar una Biblia. A ambos les gusta bendecir a las personas. Pero allí se
acaban las similitudes.
Uno viste sandalias y una túnica y el otro usa
zapatillas y pantalones vaqueros.
Uno se viste como Jesús, pero el otro se comporta
como Jesús.
Uno se presentó como embajador de Cristo; el otro no
tuvo la necesidad de hacerlo.
Uno me despertó la curiosidad, pero el otro me tocó
el corazón.
Y algo me decía que si Jesús estuviese presente, en persona,
en San Antonio, y yo me encontrase con Él en un almacén, no lo reconocería por
su rastrillo, su vestimenta y gran Biblia. En cambio lo reconocería por su buen
corazón y sus palabras amables.
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