PODRIAS HABER ESTADO EN LA BIBLIA

Podrías haber estado en la Biblia
Existen unas pocas historias en la Biblia donde todo sale bien. Esta es una. Consta de tres personajes.
El primero es Felipe: un discípulo de la iglesia primitiva que tenía una inclinación hacia la gente perdida. Un día Dios lo instruyó para que fuese al camino que se dirige a Gaza desde Jerusalén. Era un camino desierto. Fue. Cuando llegó se encontró con un funcionario de Etiopía.
Debe haber sido un tanto intimidante para Felipe. Se asemejaría un poco a que te subieses a una motocicleta y siguieses al secretario de la tesorería. Al detenerte ante un semáforo observas que está leyendo la Biblia y le ofreces tus servicios.
Eso fue lo que hizo Felipe.
-¿Comprendes lo que lees?
-¿Cómo he de entender si alguien no me lo explica?
De modo que Felipe lo hizo. Realizaron un estudio bíblico en la carroza. El estudio le produce tal convicción que el etíope se bautiza ese mismo día. Y luego se separan. Felipe se va por un lado y el etíope por otro. La historia tiene un final feliz. Felipe enseña, el etíope obedece y el evangelio se envía al África.
Pero esa no es la historia completa. Recuerdas que dije que había tres personajes. El primero era Felipe; el segundo era el etíope. ¿Viste al tercero? Hay uno. Lee estos versículos y observa.
«Un ángel del Señor le dijo a Felipe: "Vete hacia el sur[…]" Así que se levantó y salió» ( Hechos 8.26–27 , NVI).
«El Espíritu le dijo a Felipe: "Ve a ese carro y quédate cerca de él". Felipe se acercó corriendo al carro» ( Hechos 8.29–30 , NVI).
¿El tercer personaje? ¡Dios! Dios envió al ángel. El Espíritu Santo instruyó a Felipe; ¡Dios orquestó el momento en su totalidad! Vio a este hombre piadoso que venía de Etiopía para adorar. Vio su confusión. Así que decidió resolverla.
Buscó en Jerusalén un hombre al cual enviar. Encontró a Felipe.
Nuestra típica reacción al leer estos versículos es pensar que Felipe era un tipo especial. Tenía acceso a la Oficina Oval. Llevaba un receptor de radiollamada del primer siglo que Dios ya no entrega.
Pero no te precipites demasiado. En una carta a cristianos como nosotros, Pablo escribió: «Andad en el Espíritu» (Gálatas 5.16).
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios» ( Romanos 8.14 ).
De escucharnos hablar a muchos, se pensaría que no creemos lo que dicen estos versículos. Se pensaría que no creemos en la Trinidad. Hablamos acerca del Padre y estudiamos acerca del Hijo… pero cuando se trata del Espíritu Santo, en el mejor de los casos estamos confundidos y en el peor, atemorizados. Confundidos porque nunca nos han enseñado. Atemorizados porque se nos ha enseñado que temamos.
¿Me permites que simplifique un poco las cosas? El Espíritu Santo es la presencia de Dios en nuestras vidas, que lleva a cabo la obra de Jesús. El Espíritu Santo nos ayuda en tres sentidos: hacia adentro (al concedernos los frutos del Espíritu, Gálatas 5.22–24 ), hacia arriba (al interceder por nosotros, Romanos 8.26 ) y hacia afuera (al derramar el amor de Dios en nuestros corazones, Romanos 5.5 ).
En la evangelización el Espíritu Santo ocupa el centro del escenario. Si el discípulo enseña, es porque el Espíritu enseña al discípulo ( Lucas 12.12 ). Si el oyente queda bajo convicción, es porque el Espíritu ha penetrado ( Juan 16.10 ). Si el oyente se convierte, es por el poder transformador del Espíritu ( Romanos 8.11 ). Si el creyente nuevo madura, es porque el Espíritu hace que sea competente ( 2 Corintios 3.6 ).
En ti obra el mismo Espíritu que obró en Felipe. Algunos no me creen. Siguen siendo cautelosos. Puedo escuchar cómo murmuran entre dientes al leer: «Felipe tenía algo que no tengo. Nunca he escuchado la voz de un ángel». A lo cual respondo: «¿Cómo sabéis que Felipe sí?»
Suponemos que así sucedió. Nos han enseñado que así fue. Las figuras del franelógrafo dicen que sí sucedió. Un ángel coloca su trompeta en la oreja de Felipe, brama el anuncio y a Felipe no le queda alternativa. Luces destellantes y aleteo no son cosas a las que uno se pueda negar. Era necesario que el diácono fuera. Pero, ¿podría estar errada nuestra suposición? ¿Es posible que la voz del ángel haya sido tan milagrosa como la que escuchamos tú y yo?
¿Qué?
Has escuchado la voz que susurra tu nombre, ¿no es así? Has percibido el toque que te mueve y te has sentido impelido a hablar. ¿Acaso no te ha ocurrido?
Invitas a una pareja para tomar café. Nada heroico, sólo una grata velada con viejos amigos. Pero en cuanto entran, puedes percibir la tensión. Están más fríos que glaciares. Te das cuenta que algo anda mal. Típicamente no eres de los inquisitivos, pero sientes una inquietud que rehúsa permanecer en silencio. De modo que preguntas.
Te encuentras en una reunión de negocios donde a uno de tus compañeros recriminan con mucha dureza. Todos los demás piensan: Me alegro que ese no haya sido yo. Pero el Espíritu Santo te conduce a pensar: Qué difícil debe resultar esto. Así que, después de la reunión te acercas al empleado y le expresas tu interés.
Te llama la atención el hombre que se encuentra del lado opuesto del auditorio de la iglesia. Se ve un tanto fuera de lugar, a causa de su ropa extraña y aspecto general. Te enteras que es de África y se encuentra en la ciudad por asuntos de negocios. El siguiente domingo regresa. Y el tercer domingo está allí. Te presentas. Te cuenta de lo fascinado que está por la fe y de cómo desea aprender más. En lugar de ofrecerte para enseñarle, sólo le instas a leer la Biblia.
Más entrada la semana, te lamentas por no haber sido más directo. Llamas a la oficina donde él está consultando y te enteras que hoy parte para su casa. Sabes dentro de ti que no puedes permitir que se vaya. Así que corres al aeropuerto y lo encuentras esperando su vuelo, con una Biblia abierta sobre su regazo.
-Entiendes lo que lees? -le preguntas.
-¿Cómo podré, si alguien no me lo explica?
De modo que tú, al igual que Felipe, le explicas. Y él, como el etíope, cree. Pide el bautismo y se le ofrece. Él alcanza un vuelo posterior y tú alcanzas a vislumbrar lo que significa ser guiado por el Espíritu.
¿Hubo luces? Tú acabas de encender una. ¿Hubo voces? Fue la tuya. ¿Ocurrió un milagro? Acabas de ser testigo de uno. ¿Quién sabe? Si la Biblia se escribiese hoy, podría ser tu nombre el que figurase en el capítulo ocho de Hechos.

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